Nuestros padres se veían mayores a nuestra edad, y no es solo percepción: ¿estamos envejeciendo más lento o negando la vejez?
Si alguna vez has visto una foto de tus padres a tu edad y has pensado: ¿por qué se veían tan grandes?, no estás solo. Es una de esas comparaciones inevitables que surgen cuando miramos imágenes del pasado. Hay algo en sus rostros, su ropa, su actitud, que simplemente grita “adultos”, mientras que nosotros, con la misma cantidad de años en el pasaporte, seguimos sintiéndonos (y viéndonos) más jóvenes.
La gran pregunta es: ¿esto es real o solo una ilusión generacional?
No es solo percepción, es ciencia
Sí, nuestros padres envejecían más rápido. O, al menos, sus cuerpos lo hacían.
Un estudio de la Universidad de Yale y la Universidad del Sur de California analizó las funciones metabólicas, cardiovasculares y pulmonares de diferentes generaciones y encontró que, en efecto, el envejecimiento se ha ralentizado. En términos prácticos:
Los 60 de los 90s son los 56 de hoy
Los 40 de antes son los 37.5 de ahora
Los 20 de los 80s eran básicamente los 19 actuales
La biología ha cambiado. La medicina, la alimentación y el estilo de vida han permitido que nuestros cuerpos resistan mejor el paso del tiempo. Antes, las arrugas y las canas llegaban con más prisa; hoy, las cremas con retinol, los suplementos de colágeno y los hábitos saludables han hecho que la juventud dure más.
Pero aquí viene la parte interesante: aunque envejecemos más lento físicamente, hay algo más profundo en juego.
¿La juventud eterna o una negación colectiva del envejecimiento?
No basta con saber que biológicamente somos "más jóvenes" que las generaciones anteriores. La pregunta real es: ¿por qué nos importa tanto?
Vivimos en una época que glorifica la juventud como si fuera la única etapa de la vida digna de ser vivida. Antes, llegar a los 40 significaba haber alcanzado cierta estabilidad y aceptación de la madurez. Hoy, los 40 son los nuevos 30, y los 30 los nuevos 20. En otras palabras, nadie quiere envejecer.
Las redes sociales nos han dado acceso a una constante comparación con personas que parecen desafiar el tiempo. Mientras nuestros padres asumían su edad con una naturalidad casi estoica, nosotros nos aferramos a la idea de que la juventud es un estado de ánimo… o al menos, un buen filtro de Instagram.
Casarse tarde, tener hijos tarde… envejecer tarde
Uno de los mayores factores en esta ecuación es el estilo de vida. Antes, las responsabilidades llegaban temprano:
En los 80, la edad promedio para casarse era de 21 años para las mujeres y 23 para los hombres.
En 2023, es de 29 y 31 años, respectivamente.
La ecuación es simple: si retrasamos los hitos de la adultez, retrasamos la forma en la que asumimos la edad. Tener hijos a los 23 conlleva un desgaste físico y emocional enorme; postergarlo hasta los 35 cambia completamente la experiencia. Lo mismo ocurre con el matrimonio, la compra de una casa, la consolidación profesional.
Los millennials y la generación Z han prolongado la etapa de "experimentación" y "descubrimiento personal" más allá de lo que cualquier otra generación hizo antes. Y aunque esto puede verse como un privilegio (y lo es en muchos sentidos), también plantea una pregunta incómoda: ¿realmente estamos prolongando la juventud, o solo estamos evitando crecer?
La estética de la juventud y el miedo a la vejez
Hay otro factor imposible de ignorar: la manera en que nos vestimos, hablamos y nos comportamos ha cambiado drásticamente.
Antes, la adultez tenía una estética clara. Una persona de 40 años en los 70 o 80 ya tenía un look de "señor" o "señora". Hoy, la ropa deportiva, las zapatillas blancas y los jeans ajustados han borrado muchos de los códigos visuales que antes definían la edad. Sumemos a esto el botox preventivo, las dietas antienvejecimiento y la fiebre del skincare, y tenemos la receta perfecta para una generación que parece estar en pausa.
Pero, ¿es esto algo malo? ¿O simplemente estamos redefiniendo lo que significa envejecer?
¿Estamos envejeciendo mejor o simplemente no queremos aceptar la edad?
La respuesta es un poco de ambas. Sí, hemos aprendido a cuidar mejor nuestros cuerpos. Sí, la medicina nos ha dado herramientas para prolongar nuestra salud y vitalidad. Pero también es cierto que vivimos en una sociedad que le ha declarado la guerra a la vejez.
El problema no es que queramos vernos bien; el problema es que tememos el envejecimiento. Nuestros padres y abuelos no tenían otra opción más que aceptar su edad. Nosotros, en cambio, tenemos acceso a una cultura que nos dice que si nos esforzamos lo suficiente, nunca tenemos que ser "viejos".
Tal vez la verdadera pregunta no es por qué nos vemos más jóvenes que nuestros padres, sino por qué queremos seguir viéndonos así. Porque en el fondo, lo que realmente ha cambiado no es solo el ritmo del envejecimiento, sino la forma en que lo percibimos. Y quizás, solo quizás, sea hora de reconciliarnos con el hecho de que envejecer no tiene por qué ser algo que debamos evitar a toda costa.