La geopolítica según Trump: imperialismo 2.0 con sabor a reality show
Donald Trump lo ha vuelto a hacer: con una mezcla de bravura imperialista y retórica de showman, el ahora presidente electo, ha puesto sobre la mesa la idea de expandir las fronteras de Estados Unidos. ¿Su lista de compras? Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá. Como si fueran propiedades en un tablero de Monopoly, Trump parece convencido de que la política exterior no es más que un juego de real estate.
En su última conferencia de prensa, Trump dejó claro que está dispuesto a todo: presionar económicamente a Dinamarca para que entregue Groenlandia (“tarifas muy altas”, prometió) y no descartar el uso de la fuerza militar para retomar el Canal de Panamá. En cuanto a Canadá, sugirió convertirlo en el 51º estado, eliminando esa “línea artificial” que, según él, no aporta nada a la seguridad nacional. Y, por supuesto, quiere renombrar el Golfo de México como el “Golfo de América”, porque “suena mejor”.
Una estrategia imperialista con guiños de neocolonialismo
Aunque sus declaraciones puedan parecer absurdas, no son simples ocurrencias. La obsesión de Trump por expandir el control territorial refleja una lógica subyacente: un “América Primero” que podría implicar utilizar la fuerza —económica, diplomática o militar— para asegurar lo que él dice serían “intereses nacionales” a cualquier costo. Esto incluye frenar la influencia de potencias como China, Rusia e Irán en el hemisferio occidental, un eco contemporáneo de la Doctrina Monroe.
La fijación con el Canal de Panamá es emblemática. Trump calificó como un “error histórico” el tratado que devolvió el canal a Panamá en 1999, firmado por Jimmy Carter. Alegó (falsamente) que China ahora lo controla y discrimina a los barcos estadounidenses en las tarifas. Mientras tanto, su hijo, Donald Trump Jr., voló a Groenlandia para evaluar “el terreno” acompañado de un bobblehead de su padre. Sí, en serio. Como un episodio de The Apprentice.
Groenlandia: el nuevo El Dorado
¿Por qué Groenlandia? Según Trump, su adquisición es crucial para la seguridad nacional debido a su posición estratégica en el Ártico y sus reservas de minerales raros (así se conocen por los geólogos). Claro, también le parece un gran negocio. Lo preocupante es que la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, tuvo que lidiar con esta propuesta con una mezcla de diplomacia y resignación, calificando la situación como un intento de “sofocar” a los groenlandeses en lugar de respetar su autonomía.
¿Un continente, una nación? El caso Canadá
Trump, fiel a su estilo, cree que Canadá no solo se beneficia demasiado de la defensa estadounidense, sino que debería ser absorbido como un estado más. Para él, eliminar la “soberanía” de Canadá sería un acto de justicia histórica. Mientras tanto, el primer ministro Justin Trudeau respondió con sarcasmo en X: “No hay una bola de nieve en el infierno que haga que Canadá se convierta en parte de Estados Unidos”.
Panamá y la Doctrina Monroe 2.0
El canal, entregado hace más de dos décadas, sigue siendo un símbolo del poder estadounidense en declive, según Trump. Al agitar el fantasma del expansionismo chino en la región, justifica su intención de recuperarlo. Esto no es nuevo; ya en su primer mandato, Trump marcó distancia del enfoque “globalista” de Barack Obama para retomar un enfoque más agresivo en América Latina.
¿Visión estratégica o simple bullying geopolítico?
Trump parece decidido a gobernar con la premisa de que “el más fuerte gana”. Este principio no solo explica su trato con aliados, como Canadá y Dinamarca, sino también su visión sobre Ucrania y Taiwán. En una declaración, dijo que entendía las preocupaciones de Rusia respecto a Ucrania y sugirió que podría negociar con Putin en términos que claramente beneficiarían al Kremlin.
Lo que Trump pasa por alto —o simplemente no le importa— es que su estrategia tiene un alto costo. Sus amenazas alejan a aliados clave y debilitan décadas de alianzas que han multiplicado el poder estadounidense. Además, el desprecio por la legalidad internacional podría convertir a Estados Unidos en un país aislado, un riesgo que, lejos de fortalecer su posición, la compromete.
El arte de la distracción
Claro está, no debemos olvidar que el caos también es parte de la estrategia Trump. Cada comentario incendiario, cada plan descabellado, desvía la atención de lo que realmente ocurre tras bambalinas. No es casualidad que minutos después de su conferencia, Truth Social, la plataforma que Trump creó, enviara un mensaje promocionando las “novedades” sobre Groenlandia.
En última instancia, el verdadero legado de Trump no será la conquista de Groenlandia ni el cambio de nombre del Golfo de México. Será su capacidad para reconfigurar la política exterior estadounidense como un juego de poder, impulsado más por el ego y la intimidación que por principios.
La pregunta no es si Trump logrará sus objetivos expansionistas. Es si el costo de perseguirlos —en alianzas, reputación e influencia global— será demasiado alto incluso para su América Primero.