Estados Unidos ya está en guerra. Pero, ¿sabemos por qué estamos peleando?
El ataque a Irán marca la entrada oficial de EE. UU. en un conflicto de alto riesgo
Se nos dijo que era un ataque quirúrgico. Que fue “necesario”. Que Irán ya había cruzado la línea. Pero lo que vimos el 22 de junio no fue un simple movimiento táctico. Fue un salto al abismo. Y el salto no lo dio solo Israel: lo dio también Estados Unidos. Lo dimos todos.
Tres sitios nucleares iraníes: Fordow, Natanz e Isfahán— fueron blanco de bombas lanzadas por Washington en una operación bautizada con el nombre hollywoodense de Midnight Hammer. El martillo cayó de madrugada, pero sus ecos resuenan a plena luz del día: estamos, sin rodeos, ante una escalada directa en el conflicto entre Irán e Israel, y ya no hay manera de negarlo. Estados Unidos entró en guerra. La pregunta es: ¿tenemos idea de lo que estamos haciendo?
Hay algo profundamente inquietante en cómo todo esto ocurrió. El Congreso no fue consultado. No hubo un debate público. No hubo siquiera una estrategia clara. Solo órdenes. Solo bombas. Solo comunicados oficiales que nos hablan de “daños severos”, mientras Irán asegura que las afectaciones fueron mínimas. ¿A quién creer? ¿Y por qué estamos tan cómodos siendo gobernados por comunicados?
El presidente Trump (quien ha hecho de lo bélico un pilar electoral) insiste en que esto era inevitable. Pero inevitable ¿por qué? ¿Acaso Irán estaba a días de detonar una bomba nuclear? La propia Agencia Internacional de Energía Atómica ha dicho que no. Entonces, ¿qué ganamos exactamente al iniciar una guerra preventiva? ¿Orgullo? ¿Una sensación de poder que, en el fondo, nos hace más vulnerables que nunca?
La historia ya la vivimos. Y la olvidamos.
Lo que más me desconcierta es lo rápido que olvidamos. 2003 no fue hace tanto. Irak tampoco era una amenaza inminente. Y aún así, allá fuimos. Con excusas. Con informes manipulados. Con fuegos artificiales televisados que costaron cientos de miles de vidas y generaciones enteras marcadas por la desconfianza. ¿Qué aprendimos? Al parecer, nada.
Hoy repetimos el guion. Cambian los nombres, pero no la trama. Esta vez se trata de Irán, pero lo que se juega de fondo es algo más grande: es la idea de que la fuerza es siempre más efectiva que la diplomacia. Que bombardear es más práctico que conversar. Que mostrar músculo es más rentable que mostrar inteligencia. Y eso, a largo plazo, no es estrategia: es suicidio.
Lo que veo como un gran problema es que este conflicto ya no es bilateral. Es regional. Es global. Cada bomba que cae sobre Irán sacude las bolsas de petróleo, tensa alianzas, empuja a milicias en Yemen, Irak o el Líbano a responder. Y eso es lo que más me preocupa. Cuando Estados Unidos ataca directamente a Irán, no solo está atacando a un país. Está tocando a una red de aliados y milicias respaldadas por Teherán que operan en otros territorios clave del Medio Oriente:
En Yemen, los hutíes (grupo chiita apoyado por Irán) ya han declarado que responderán con ataques en el mar Rojo, una ruta marítima vital para el comercio global.
En Irak, hay milicias proiraníes que han atacado bases estadounidenses antes, y ahora podrían redoblar su ofensiva.
En Líbano, Hezbolá, considerado el brazo más sofisticado de Irán fuera de sus fronteras, podría entrar de lleno en el conflicto, aumentando las tensiones con Israel y provocando un nuevo frente de guerra.
Lo preocupante es que esta red no responde a un solo mando ni a una lógica diplomática convencional. Son grupos que actúan con autonomía relativa, a menudo a través de represalias violentas, y que entienden el ataque a Irán como un ataque a todo su eje de resistencia.
Estar en contra del bombardeo no significa que pensemos que Irán son unos santos. Todo lo contrario. Sabemos perfectamente lo peligrosos que son. Sabemos lo que hacen, con quién se alían, cómo reprimen a su gente, cómo financian a grupos radicales en Yemen, Líbano, Irak. Sabemos que no están jugando a la diplomacia, están jugando a sobrevivir en un tablero de poder brutal. Y justamente por eso preocupa más. Porque si ya son así de extremos sin que los bombardeen, imagínate lo que pasa cuando sienten que están acorralados. Esto no es alborotar un avispero. Es patearlo a ciegas, sin saber cuántas picaduras vienen ni a quién van a alcanzar.
Y mientras tanto, ¿qué dice la comunidad internacional? Poco. Las democracias se han vuelto cómodas en su silencio. Los ciudadanos estamos agotados, distraídos, o quizás anestesiados por el vértigo del presente. Es que las noticias estos últimos meses cansan a cualquiera, y quizás, te hace cuestionarte qué es lo realmente importante o no. OJO, de todo lo que hemos leído, esto… esto si que es importante. La historia ya está pasando. Y esta vez nos toca decidir si vamos a mirarla desde las gradas… o si vamos a exigir que quienes nos gobiernan lo hagan con transparencia y responsabilidad.
No se trata de estar “a favor” o “en contra”. Este no es un artículo “anti” nadie. No es un alegato ingenuo por la paz eterna al estillo de reina de belleza. Es más bien una petición civilizada a la palabra favorita de la política americana “accountability”. Sensatez. Por la claridad. Por la verdad.
Si vamos a una guerra (y todo indica que ya estamos en ella), merecemos saber por qué. Qué buscamos. Qué estamos dispuestos a perder. Y sobre todo, si existe un plan para volver. Porque entrar en guerra siempre es más fácil que salir de ella.
Postdata para quien quiera leer entre líneas: No se necesita una bomba nuclear para destruir el futuro. A veces basta con una narrativa mal contada. O una ciudadanía mal informada.
Excelente artículo! Gracias por tu valiente análisis de las consecuencias que pudieran derivar de decisiones y acciones temerarias de quienes manejan los hilos del poder